La DESOLACIÓN es uno de los estados espirituales “de la persona. Las características de la desolación pueden ser: toda clase de tristeza, inquietud, sentimiento de indiferencia, apatía, ansiedad, pereza, descontento: sentimiento de abandono, separación, soledad angustiosa, experiencia de muerte, experiencia de sequedad o hastío espiritual, oscuridad turbación, tibieza, desesperanza, carencia de afecto, de amor, falta de entusiasmo, turbación en los pensamientos y falsas razones, etc., es decir un estado de animo siempre negativo.
La desolación puede presentarse como pasajera pero fuerte o intensa, o puede establecerse por un período mas largo. Puede medirse tanto por su duración como por su intensidad. La desolación es siempre una prueba a superar.
TIPOS DE DESOLACION.
A) INTELECTUAL: aridez de pensamiento; turbación de pensamientos; imposibilidad de reflexionar; criterios falsos o engañosos que nos parecen muy claros y evidentes; insistencia molesta de pensamientos bajos o que nos distraen; etc.
B) IMAGINATIVA: distracciones, falta de concentración, imágenes vivas impertinentes, sueños que nos dejan turbados.
C) SENSIBILIDAD: resentimientos; recuerdos dolorosos, fuertes atracciones que nos descentran y nos distraen, temores, gustos que nos enferman, pasiones enfermizas, tristeza, pereza, desconfianza, miedo, ansiedad, agitación, preocupación, inseguridad, desesperanza, falta de entusiasmo, descontento etc.
DE DONDE PROVIENE LA DESOLACIÓN
A) EL MUNDO.
Aquí el mundo no es entendido como la obra buena creada por Dios, sino el mundo apartado de El por el pecado,, el mundo convertido en enemigo de Dios, “maldito”
(Gn 3, 17) “ el mundo en el que esta la muerte” (Sab 2, 24) No el mundo salido de las manos de Dios, sino el mundo rechazando a Dios (Jn 1, 10s; 15, 22), el mundo ateo (Jn 16, 9; 8, 24;15,22), el mundo sometido al poder de Satán (Jn 8, 44; 14, 30), al poder del dios de este siglo “ 2 Cor 4,4); este mundo que odia a Dios primero en las personas de Cristo (Jn 7,7), y luego en sus discípulos (Jn 15,18-25), a los que no deja de perseguir (Mt 24, 9; Ap 12, 17). Aunque es verdad que el Hijo del Hombre no vino para condenar al mundo sino para salvarlo (Jn 3, 17; 12,47; 1, 29) y es verdad que el príncipe de este mundo es el demonio (Jn 12, 31); Lc 10, 18 Ap 12, 9; 20, 1-6). El mundo sujeto a la esclavitud del pecado del hombre, gime con dolores de parto, para participar también de la Gloria de los hijos de Dios (Rm 8, 19-22).
El mundo separado de su Creador por el pecado rompe, desune también al hombre
y a su relación con el Creador. Así pues, el hombre se encuentra necesariamente
en el mundo, pero no debe ser del mundo (Jn17, 1-15), debe estar atento a huir de
sus seducciones y de su poder: “no os amoldéis a las normas del mundo
presente” (Rm 12, 2), “no améis al mundo, ni lo que hay en el mundo” (1 Jn 2,
15). El mundo no debe de conducir al hombre, sino al contrario, el hombre debe de
conducir el mundo a Dios para “recapitular todas las cosas en Cristo” (Ef 1, 10).
En resumen, muchas de las desolaciones provienen del mundo: como el afán desmedido de poseer en la sociedad de consumo, creación de febriles necesidades artificiales, desasosiegos económicos , ambiente agresivo, histeria colectiva manipulación publicitaria enajenante, erotismo ambiental que neurotiza, insatisfacciones sociales generalizadas, formas de violencia paralizantes del dinamismo humano, poder político y económico, agresores de la dignidad y de los derechos del hombre, represiones a las justas demandas, injusticia social que incapacita para vivir dignamente, horarios y regímenes de trabajo inhumanos, contaminación ambiental que enferma toda la persona, sistemas de transporte neurotizantes y agresivos etc.
B) LA CARNE.
Aquí no entendemos la “carne” en su sentido bíblico positivo como obra buena creada por Dios, el “cuerpo humano”, el hombre (Gn 2, 23) en el que “La palabra se hizo carne” (Jn 1, 14), en el que Jesucristo “da su carne”, es decir su cuerpo en alimento (Jn 6, 52-57).
Aquí entendemos la palabra “carne” en su sentido negativo, es decir, como la naturaleza humana dañada por el pecado, apartada de Dios y enfrentada a El, incapaz para descubrir o revelar los misterios de Dios (Mt 16, 17)), incapaz de engendrar al hombre a la vida verdadera (Jn 1, 13; 3, 6), para juzgar rectamente las cosas de Dios. Aquí entendemos la “carne” en el sentido bíblico del hombre corrompido a causa del pecado, es decir, el viejo Adán, en contraposición al nuevo Adán Cristo, al hombre elevado por el Espíritu, por la Gracia. Al hombre “carnal” opuesto al hombre “espiritual”.
En este sentido, la “carne” no sólo es débil y ordinariamente incapaz del bien (Rm 6,19;Ef 6, 12), el pecado original la dañó radicalmente y habita en ella (Rm 7, 18-25), y así la carne es causa de tentación, de malos deseos (2 Cor 12, 7; Gal 5, 16), de desolación y fuente de concupiscencia (Gal 5, 17; Ef 2, 3; 1 P 2, 11; 2 P 2, 10; 1 Jn 2, 16). La carne tiene sus apetitos, su prudencia maliciosa, su falsa sabiduría, en contradicción con el orden divino (Rm 8,6-9; 2 Cor 1, 12 ) por lo cuál no puede conseguir el Reino de Dios (1 Cor 15, 50). Hay que resistir a la influencia y “no vivir según la carne” (Rm 8, 1-2; Gal 5, 24) ni según los deseos de la carne.
Causadas por este cuerpo dañado, por esta “carne”, o naturaleza personal enfermedad por el pecado y sus consecuencias, nos vienen DESOLACIONES, como: morbosidades insistentes, depresiones, angustias, actitudes agresivas, temores, miedos, estados o actitudes de conducta causados por trastornos, neurofisiológicos, gástricos, renales, hepáticos, hormonales etc.
También tienen su origen en nuestra carne o naturaleza dañada múltiples complejos, neurosis, estados de ánimo anormales, negativas asociaciones de imágenes o ideas voluntarias o involuntarias. También provienen de la “carne” tendencias viciosas. La persona humana está profundamente condicionada a su propia historia desde el seno materno y muchas de las desolaciones provienen de ahí (Sal 51, 7)), sin que uno pueda conscientemente percibirlo de inmediato muchas veces.
C) EL DEMONIO.
Ciertamente que la causa principal y casi siempre la primera de toda desolación y mal está en él (Gn 3, 14; Sab 2, 24), aunque no conozcamos bien ni su identidad ni su inmundo (Mc 1, 23), el gran dragón, la antigua serpiente, el que se llama diablo y Satán (Ap 12, 9; Jn 8, 44; 1 Jn 3, 8; 2 Cor 11,3) la acción del diablo hacia el ser humano se manifiesta sobre todo con la obstinación, necedad o terquedad (Mc 5, 2-13;9, 17-26; Mt 9, 32; Lc 4, 33-35)
DE DONDE PROVIENE LA DESOLACIÓN
Aparece, además, como el que siembra la cizaña (Mt 13, 24-39), el que arranca la Palabra de Dios del corazón del hombre (Lc 8, 12; Mt 13, 19), el que se apodera de Judas y lo mueve a traicionar al Maestro (Jn13, 26) el que intenta apartar a los apóstoles de Jesús (Lc 22,31). El diablo intenta con APARIENCIA DE BIEN Y HASTA SE VALE DE CITAS BIBLICAS (Mt 4, 1-10) es el “padre de la mentira” (Ap 12, 9; Gn 3, 13; Jn 8, 41-44). El diablo se “transfigura en ángel de luz” (2 Cor 11,14) tienta de incontinencia (1 Cor 7, 5); de avaricia (Hech 5, 3); se alía con el mundo y la carne, a los que dañó y sedujo, para inducir a los hombres al mal, anda “como león rugiente buscando a quién devorar” (1 P 5, 8); la carne se hace cómplice o “mensajero de Satán” (2 Cor 12, 7-10).
Está pues claro que no siempre se puede distinguir la acción directa del diablo, porque gusta ocultarse o mezclarse con enfermedades psíquicas o nerviosas, con problemas de orden natural o social, etc., que no son siempre fáciles de discernir. Toda desolación que sea una conducción directa y consciente al mal proviene sin lugar a dudas de él, o que aparte del bien voluntariamente, aunque, muchas veces, el demonio se disfraza o actúa a través del mundo y de la carne.
Una de las principales desolaciones que introduce el demonio en la persona, es el desaliento y la cobardía, apartando la voluntad de la lucha y de la perseverancia, haciéndola desistir de la consigna de la santidad; entendiendo aquí por desaliento, un sentimiento de derrota completa acompañada a veces de sentimientos de engaño, de lamentación, de complejos de inferioridad, de pereza, de depresión, de rechazo y hasta de vergüenza, muchas veces acusando a los demás para auto justificarse o simplemente dejándose llevar por una total despreocupación y mediocridad; o buscando argumentos que traten de justificar el dejar las cosas de Dios por darte el primer lugar o más importancia a otras.
La desolación del desaliento puede afectar diversos niveles de la vida cristiana: la oración, la práctica de los Sacramentos, la lucha contra la pasiones desordenadas, la corrección de los defectos, el progreso en el ejercicio de las virtudes, la acción de servicio, de caridad, y apostolado; y este desaliento puede ser parcial o generalizado, pasajero o duradero.
Es verdad que las causas del desaliento pueden ser no sólo directamente del demonio, sino, como ya dijimos, el mundo y la carne; como el complejo de inferioridad, la timidez, peligros o sufrimientos físicos, pruebas morales y adversidades, traumas o golpes recibidos en la vida afectiva, incomprensión de los demás, o propio desaliento ante metas y medios mal propuestos, fracaso ante propósitos no tomados con sano realismo, fracasos en el apostolado, dificultades ambientales o sociales, criticas, burlas, desaprobaciones, oposiciones, que muchas veces tienen una raíz humana, la ignorancia de las propias posibilidades y la aceptación serena de las limitaciones y fracasos; y una raíz espiritual, la desconfianza en Dios, en su Poder y Gracia, falta de abandono a Dios. “Todo lo puedo en Aquél que me conforta” (Fil 4, 13). “¿Quién nos puede apartar del Amor de Cristo? ¿Las pruebas? ¿La angustia? ¿ la persecución o el hambre, la falta de ropa, los peligros de espada…? En todo esto triunfaremos gracias al que nos amó. Estoy seguro de que ni a la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes espirituales, ni el presente, ni el futuro, ni las fuerzas del universo, sean de los cielos, sean de los abismos, ni criatura alguna podrá apartarnos del Amor de Dios, que encontramos en Cristo Jesús Nuestro Señor” (Rm 8, 35-39).
DE DONDE PROVIENE LA DESOLACIÓN
Ciertamente que Dios nunca quiere el mal, y la desolación lo es; pero si la permite es para nuestro bien, porque al fin y al cabo la desolación es el sentimiento o la conciencia, mas o menos clara o confusas, de la necesidad del bien verdadero del que carecemos; es como una luz roja o llamada de alarma ante la experiencia del mal, a manera semejante de lo que es el dolor en el cuerpo humano como la sensación de alerta ante el mal fisiológico, llamando a localizarlo y sanarlo.
Se puede decir que hay desolaciones que Dios si produce; por ejemplo:
1.- El sufrimiento o desolación, el dolor por haber pecado, por haber ofendido al Amor y
por habernos hecho daño apartándonos del Bien (2 Mac 6, 12-16). La Biblia esta llena
a cada paso de ejemplos de este tipo de desolación.
2.- La insatisfacción penosa y dolorosa de no vivir la santidad a la que estamos llamados: como diría San Agustín : “nuestra alma tiene sed de Ti, Señor, y no estará satisfecha hasta descansar en Ti, puesto que nos has creado para Ti” (Rm 8, 18-27) “vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero (“Alma que pena por ver a Dios” 2 Cor 4, 16-18)
3.- A Dios le gusta, hablando en lenguaje humano “jugar a las escondidas” “coquetear” para que sufriendo su aparente ausencia lo busquemos y lo valoremos más. Es parte de la dinámica del amor ¿A donde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el siervo huiste, habiéndome herido; salí tras de Ti clamando, y eras ido; (Cantar de los cantares, Heb 12, 5-6)
4.- La desolación también puede ser producida por Dios, cuando clara y nítidamente trata de “purificarnos como el oro en el crisol” (Job 23,10; Zac 13,9; Jdt 8, 25-27; Sab 3, 4-6; Ec 2, 3-5).” El más puro padecer trae y acarrea el mas puro entender”. Dios purifica y prueba el amor (Dt 13, 3); Dios corrige al que ama, a su hijo (He 12, 6). Es camino y purificación para la bienaventuranza (Mt 5,3. 6;Jn 16, 20-22)
5.- Dios puede aprovechar, en su Gracia, muchas de las desolaciones que producen el mundo, el demonio y la carne en nosotros, a la manera en que la Cruz de Cristo, ocasionada por el pecado, nos produjo la Salvación. Como dice el dicho popular, “Dios escribe derecho en las líneas torcidas” o, también “no hay mal que por bien no venga”. Dios en su Gracia Misericordiosa se vale de la desolación, mal o desgracia, causados por el enemigo, para hacer brillar su Amor por nosotros, su poder salvador. Como aquél que cae, pero sobre un resorte (el de la Misericordia y la Gracia) y se levanta más alto. Es así como vemos que de grandes pecadores han surgido grandes santos. Es como el veneno o virus que el buen médico emplea para producir el antídoto o la vacuna.
Es así como la Cruz de Cristo y la cruz de sus discípulos que lo siguen, conduce a la salvación y a la vida (1 P 2,21-24; 1 Jn 2, 2; Lc 14,27; Is 53, 3-5; Jn 16,23; 2 Tim 3,12; Heb 14,21).
Cristo acepta amorosamente la Voluntad del Padre y pasa por la angustiosa desolación de “agonía” en el Huerto de los Olivos (Lc 22, 42-44; Mc 14,33-36), hasta la mayor desolación que un ser humano puede sufrir, la del abandono de Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mc 15,34). Es decir, Cristo, sin haber pecado, acepta para salvarnos la total desolación: el abandono, la ausencia, la lejanía de Dios; toma sobre sí nuestra realidad y sus consecuencias (Filem 2, 1-11).